Hace dos años, surgió en Canadá un movimiento indígena de nuevo cuño. Sus protagonistas eran jóvenes mujeres que protestaban contra las condiciones infrahumanas en las que vive la población autóctona de este país, particularmente las mujeres, en las «reservas» y en los barrios pobres de muchas ciudades. La chispa fue la huelga de hambre iniciada por Theresa Spence, jefa del pueblo de Attawapiskat, en el norte de la provincia de Ontario. Harta de ver que sus peticiones por agua potable, viviendas decentes y atención médica eran ignoradas por las autoridades del país, mantuvo su huelga durante semanas. Los medios que la ridiculizaban en un principio cambiaron de tono cuando vieron cómo se ampliaba la protesta. L@s miles de manifestantes que marcharon en todo el país tomaron como símbolo una Pluma Roja, color de rebelión, y adoptaron como consigna Idle No More («Se acabó la pasividad »). Para la mayor parte de la población no indígena de Canadá, el movimiento de las Plumas Rojas significó un despertar a la dura realidad que viven las Primeras Naciones, hoy.
La noche del 22 de octubre de 2015, llegó otra onda de choque. Salieron en la televisión pública de Radio Canadá (francesa) doce mujeres nishnabe de Val d’Or (ciudad minera al noroeste de Quebec), denunciando la violencia física y sexual de la que son víctimas desde hace años de parte de la propia policía (Sécurité du Québec). Esta vez la chispa fue la desaparición de una mujer nativa, Cindy Ruperthouse, en Val d’Or, ocurrida en abril de 2014. Las denuncias de la familia a la policía quedaron sin respuesta: se archivó el expediente sin hacer siquiera una consulta con la gente cercana. El hecho llamó la atención de un grupo de mujeres periodistas de investigación de Montreal: para ellas Cindy era una de las cerca de 2000 mujeres desaparecidas y asesinadas en Canadá en diez años. La periodista Josée Dupuis fue a Val d’Or y empezó a reconstituir la trama de esta desaparición.
Se ganó la confianza de las amigas de Cindy y éstas decidieron TOMAR LA PALABRA después de años y años de silencio. Sus testimonios en la televisión pública en un programa de mucha audiencia, impactaron en todo el país. Revelaban las condiciones espeluznantes en las que viven las mujeres indígenas que habitan esta ciudad minera (situación que seguramente se repiten en muchos otros lugares). Muchas jóvenes indígenas llegan a la ciudad «buscando una vida mejor» que la que conocieron en las reservas, donde reina la pobreza y sus secuelas, el alcoholismo y la violencia. Pero en la ciudad, no hay empleo para ellas y se encuentran rápidamente en la calle. Su situación económica precaria y el racismo imperante las hacen extremamente vulnerables, expuestas a más violencia de género. Los testimonios de las jóvenes muestran como los policías de la Süreté du Québec que deberían protegerlas se han convertido en sus opresores. Después de arrestos arbitrarios, el coche patrulla no se dirige a la comisaría, sino a un camino boscoso donde las agreden y las violan. La que se resiste recibe una golpiza. Un castigo alternativo: abandonar a la rebelde en pleno bosque, a dos horas de camino del pueblo ¡con treinta grados bajo de cero! Otra contó cómo, a los 19 años, se sintió más segura cuando vio que la llevaban a la comisaría: ¡allí mismo la violaron, mientras el personal miraba para otro lado! Cindy fue una víctima más de un sistema generalizado de abusos; en su caso terminó trágicamente. Aunque confiesan tener miedo de que su denuncia ponga su seguridad personal en peligro, las jóvenes sacaron a la luz la verdad.
La investigación reveló también cómo el propio Ministerio de Justicia de la provincia de Québec estaba al tanto hace más de cinco meses de denuncias contra la policía… y no hizo nada hasta que las denuncia se hizo pública. El ejemplo venía desde arriba. El primer ministro canadiense Steven Harper, que detuvo el poder durante casi diez años, siempre se negó en hacer una investigación sobre las miles de desapariciones ocurridas (principalmente en dos provincias occidentales del país, Alberta y Columbia Británica), alegando que «había que dejar a la policía hacer su trabajo». Los acontecimientos de Val d’Or prueban que la policía puede ser precisamente parte de problema.
La onda de choque ya ha dado resultados: el ministerio de Justicia ha cesado (temporalmente) a ocho policías denunciados por sus víctimas. Una marcha juntó, en Val d’Or, a cientos de manifestantes, indígenas y no indígenas. La Asamblea de Primeras Naciones de Québec-Labrador que reúne a los jefes de los diez pueblos indígenas, ha convocado a una reunión de emergencia en el mismo Val d’Or para decidir de acciones inmediatas. Voces indígenas de todo el país exigen del nuevo primer ministro Justin Trudeau que realice por fin una investigación independiente a nivel nacional sobre los asesinatos y desapariciones de mujeres indígenas (a la que se comprometió durante la campaña electoral).
¡De un mar a otro, las Plumas Rojas se están alzando otra vez!